En una ciudad fantasma, paralizada por el suntuoso fútbol, los bailarines de la Compañía Nacional de Danza, la Institución pública que representa en la europea España a una de las siete bellas artes, le entregan esto al público en las puertas de acceso al Teatro Real:

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¿Es que acaso tenemos que elegir entre darle dinero al fútbol o a la cultura? Por cliché que parezca, es imposible no hacerse esta pregunta en semejante circunstancia. Cualquiera que se pasease ayer por las calles de Madrid pudo ver la desproporción de factores. Al igual que cualquiera que se pasee hoy por la principal prensa nacional.

Y es que, más allá de este caso particular en el que el INAEM ha decidido no pagarles horas extras a los miembros de la Compañía (consecuencia, sin duda, de la burocratización de la cultura; signo manifiesto de que el arte no se puede reducir a lenguaje empresarial porque es de un calado esencialmente distinto) las buenas condiciones son necesarias para crear. ¿Otro cliché? Sí, pero precisamente porque no están cubiertas ni las necesidades básicas no se puede hablar de nada más. Antes de hacer una crítica del contenido de la danza, en el caso de España, hay que plantearse algo previo: ¿estamos en condiciones de ejercer una crítica?, ¿podemos dedicarnos a pensar la danza por la danza? Sin condiciones mínimas, cualquier análisis posterior está preso de la sospecha de un fallo de base. Y es que, para poder disfrutar del tan exigido “buen ballet”, habrá que crear las condiciones necesarias para que se haga. Y eso es lo que falla. Entiéndase, las condiciones que requiere una Compañía sobrepasan con creces las prácticas y se pueden resumir en una única palabra: estabilidad. Con razón, las Instituciones se empeñan en seguir teniendo las mismas normas desde hace décadas o incluso siglos. Y la danza es cara: necesita de técnicos, costureros, maquilladores, profesores, escenógrafos, coreógrafos, repetidores, músicos… pero también de personas encargadas de mantener el patrimonio intelectual, de lo que se produce a nivel intangible, del decir de coreógrafos, críticos y teóricos que la piensan.

Los bailarines no deberían tener que agradecer al público su asistencia, (¿se imagina el lector a un bailarín del Ballet de la Ópera de París dándole las gracias al público por pagar la entrada en la Ópera Garnier?) deberían, simple y llanamente, dedicarse a bailar. Lo sabemos de sobra: no es que los bailarines españoles bailen mal, es que no se les brindan las condiciones necesarias para hacer ballet como se espera.

Y en este caso particular, los bailarines no aparecen ni nombrados en el programa de mano. Podríamos preguntarnos si resulta pertinente, con la que está cayendo, ocuparse de los tutús: y la respuesta es un rotundo sí porque lo que está ocurriendo es justamente el desmantelamiento del patrimonio público y cultural.

Con este panorama, hablemos de danza.

La Compañía Nacional ha defendido con honestidad el repertorio: la coreografía de Balanchine se ve mejor articulada que ejecutada. El pas de deux de Martínez resulta, en cambio, aceptable de la mano de la Yae Gee Park y Anthony Pina, una pareja que funciona como partenaires y que resulta aérea y musical. Una demostración de ejecución técnica que tiene su clímax con Forsythe.

Y es que la mejor interpretación de la noche es In the Middle, Somewhat Elevated: no es la primera vez que la Compañía demuestra que es capaz de estar a la altura de este coreógrafo que forma parte de su repertorio estable, aunque en otras ocasiones lo ha bailado mejor. La sencillez de la obra -apenas unas cerezas colgadas en lo alto del escenario- enfatiza todavía más la desnudez de una técnica que se complejiza progresivamente frente a la magnificencia del teatro barroco. La danza por la danza se abre camino en los treinta minutos de la coreografía y por un momento, nos olvidamos de todo lo demás.

La Compañía Nacional nos ha dejado claro que puede bailar en puntas. Pero las puntas de ballet no hacen clásica a una Compañía: se puede bailar en puntas y ser profundamente contemporáneo. La cuestión es una línea estilística de fondo, la cuestión es la Escuela que da sentido a la técnica y la articula. Y cuando se trata del clásico, además, suele resultar imprescindible la música en directo por el simple hecho de que repercute en la danza. Aunque, dadas las condiciones, ¿hubiese podido pagarse a una orquesta?

Pero en fin, sigamos con la danza. Como colofón, Mats Ek, uno de los mejores coreógrafos vivos, ha venido a España para montar “Casi-Casa” con los bailarines de la CND, una obra creada para la Compañía Danza Contemporánea de Cuba. El universo de Mats Ek se reconoce en seguida y dispone al espectador a la primera: el genial vestuario, la sencillez en la escenografía, la iluminación minimalista… Y lo mejor de su técnica sigue intacto; el papel de las manos, la combinación de movimientos controlados con otros animalados, el balbuceo, la relación táctil con los objetos… La calidad del conjunto de los bailarines parece menos estable en esta obra, con divertidos momentos de la mano de Tamako Akiyama (se está cociendo algo ¡y es un niño!) o Francisco Lorenzo.

Casi-Casa. Fotografía CND

Casi-Casa. Fotografía CND

En todo caso, parece coherente que Mats Ek sea bailado por la Compañía Nacional: el propio José Carlos Martínez bailó Appartement -una obra muy presente en Casi-Casa– y además, la española Ana Laguna -una de las musas del coreógrafo sueco- ha ayudado en el proceso de montaje.

Parece que había condiciones para que Mats Ek pudiese ser bailado en el Teatro Real. Y las buenas condiciones son el pistoletazo de salida para crear buenos resultados.

FICHA TÉCNICA: Coreografías: Allegro Brillante -George Balanchine-; figurines, Nanette Glushak y Miguel Crespi; adaptación del diseño de iluminación, Nicolás Fischtel; Puesta en escena Nanette Glushak; Realización de vestuario, Miguel Crespi: Delibes Suite -José Carlos Martínez- Figurines; Agnés Letestu; Diseño de iluminación, José Carlos Martínez; Realización de vestuario Carmen Granell y Taller de la CND: In the Middle, Somewhat Elevated -William Forsthe-; Escenografía, figurines y diseño de iluminación, William Forsthy; Realización de vestuario, Klaus Schreck: Casi-Casa -Mats Ek-; Asistentes del coreógrafo en la puesta en escena, Mariko Aoyama y Ana Laguna; Escenografía y figurines, Peder Freiij; Diseño de iluminación, Erik Berglund; Realización de vestuario, Carmelina de Noia y Taller de la CND.